¿Hay
algo más propio de Valparaíso que el viento? Ese visitante invisible se hace
presente cada día. Baja desde los cerros, corre raudo por las callejuelas cuyo
fin último es el mar.
Valparaíso
tiene en verano “ventilador propio”. No hay calor que no se abuene con este
viento fresco que ronda por las plazas y playas del puerto. Quienes nos visitan
de la capital, alaban ese aire frío y puro que vivifica su estadía.
Cientos
de banderas improvisadas saludan desde los balcones y la sal acelera el anhelado
bronceado por obra de ese viento que es el hálito de Valparaíso.
Por
eso que el puerto es la tierra del volantín. Gracias a ese viento que ulula en
cada habitación, estas naves de papel garabatean en el cielo multicolores
arabescos y son la delicia de los niños.
Dicen
que las porteñas tienen bonitas piernas por ir y venir desde el plan a los
cerros. El viento, generoso, levanta las polleras para dar fe de ello.
Ciudad
del viento que lo volatiliza todo y desordena la arquitectura del anfiteatro
que enmarca el azul del mar. Aire purificador e intruso, mensaje de vida,
visitante asiduo y hacedor de sorpresas.