martes, noviembre 24, 2015

Ciudad del Viento






¿Hay algo más propio de Valparaíso que el viento? Ese visitante invisible se hace presente cada día. Baja desde los cerros, corre raudo por las callejuelas cuyo fin último es el mar.
Valparaíso tiene en verano “ventilador propio”. No hay calor que no se abuene con este viento fresco que ronda por las plazas y playas del puerto. Quienes nos visitan de la capital, alaban ese aire frío y puro que vivifica su estadía.
Cientos de banderas improvisadas saludan desde los balcones y la sal acelera el anhelado bronceado por obra de ese viento que es el hálito de Valparaíso.
Por eso que el puerto es la tierra del volantín. Gracias a ese viento que ulula en cada habitación, estas naves de papel garabatean en el cielo multicolores arabescos y son la delicia de los niños.
Dicen que las porteñas tienen bonitas piernas por ir y venir desde el plan a los cerros. El viento, generoso, levanta las polleras para dar fe de ello.
Ciudad del viento que lo volatiliza todo y desordena la arquitectura del anfiteatro que enmarca el azul del mar. Aire purificador e intruso, mensaje de vida, visitante asiduo y hacedor de sorpresas.

viernes, septiembre 25, 2015

Valle Los Ingleses

Es septiembre y el bosquecillo, aledaño al Hospital Eduardo Pereira, muestra ya sus pintas amarillas y blancas en el fondo verde de pasto y eucaliptus. Es la primavera que se presenta ya con su sinfonía de colores.

Valle Los Ingleses es un sector donde la paz se ha asentado como una señora ya entrada en canas. Desde el balcón, adivinas el susurro del viento y la multitud de pájaros que son tus vecinos.

Rara vez se escucha un sonido humano: la naturaleza lo invade todo.

En este marco bucólico, la música clásica y una buena novela, son los ingredientes precisos para gozar una tarde de ocio.

En este delicioso ambiente, bien puede surgir un narrador o poeta.


lunes, junio 20, 2011

Temporal en Valparaíso

La llanura azul va cambiando poco a poco su color por otro grisáceo. Se ve una que otra gaviota flotando en el cielo, estática por efecto del viento que ya levanta espumas, que semejan pequeños corderos sobre la superficie acuosa. Un viento silba por entre las rendijas hogareñas. Se viene el temporal.

En Valparaíso, el temporal es parte del paisaje en invierno. Muchos de ellos han terminado con naves encalladas, techos volando desde los cerros, deslizamientos de lodo y piedras que corren raudas hacia el estrecho plan. Las alcantarillas, que siempre son sorprendidas por el aguacero, dan vida a anchas y profundas lagunas y los vehículos semejan navíos lidiando por alcanzar tierra firme.

El viento arrecia fuerte. Infla los vidrios de las casas y en más de una algunos revientan y lanzan su mensaje de cristales. Enemigo de los paraguas, los pone de revés y los hace inútiles, incapaces de cumplir su función estatuida.

El paseo costero atrae a los jóvenes que juegan, risueños, con las bravuconadas marinas. Se les ve empapados, pero felices de poder esquivar los zarpazos del mar.

Es tarde de ceremonias de interiores. De sopaipillas y vino navegado. De burlar a la lluvia y al viento que pugnan por entrar para ser parte de la tertulia.

Temporal en Valparaíso. Los barcos y buques han salido a jugar con el mar en un sube y baja incesante. Las altas olas semejan una serie de toboganes sobre los que se deslizan las embarcaciones. A veces, a lo lejos, se escucha el lastimero ulular de alguna nave que da cuenta de su presencia tras la cortina acuosa que impide verla. Todo es tráfago de olas y lluvia. La naturaleza se enseñorea a sus anchas, hasta que salga el sol y el mar pase a ser un páramo marino.

miércoles, marzo 03, 2010

Una visita bulliciosa


Eran las 3:34 AM y se nos vino el crugir de amarras, paredes que se inclinan en la oscuridad, el aullar de perros asustados, el miedo saliendo por los poros. Y no es la primera vez que el viejo puerto recibe esta siniestra visita bulliciosa que con su guadaña se nos lleva a tantos coterráneos, sorprendidos en el sueño.

El anfiteatro se sacude el polvo aumulado en 25 años; pero esta vez, en la oscuridad de la noche, no lo vimos. Y ahí estábamos una vez más. Apenas embutidos en el dintel de la puerta del dormitorio, esperando que tan imprevista pesadilla acabara. El tiempo se hace interminable y surge la noción de que somos polvo y que al polvo volveremos.

Dios se nos hace presente en ese corazón que late apresuradamente, nervioso, asustado. Entonces, nos percatamos que, en verdad, no somos nada, que la naturaleza lo es todo, que ella es ahora la reina entre la penumbra nocturna. La luna observa, fría, el dantesco espectáculo.

Viene la oscuridad; sólo la luna sigue observándonos, impávida, como si eso no fuera asunto de su incumbencia. Pequeños movimientos nos recuerdan que esto no termina aquí, que estamos sometidos por la fuerza de lo que acontece sin que tengamos control alguno. Pasamos a tercer plano, a cuarto plano; ya no somos nosotros los protagonistas. Somos una suerte de muñecos de trapos, sacudidos por fuerzas conocidas y, sin embargo, siempre nuevas y misteriosas.

Valparaíso se queda sin luces, sólo la luna se asoma imponente. Por vez primera, luego de tanto tiempo, vemos las estrellas en toda su belleza. El mar nos devuelve el rostro níveo de la luna, repetido en infinitos espejos inquietos. Entre tanto miedo, Valparaíso, una vez más, nos muestra su mágica belleza. Entonces, la serenidad comienza a entrar por la ventana y un aroma salobre nos anuncia que hay que reponerse, que hay que levantarse, que el puerto nos espera para que le remocemos su rostro marino y sigamos navegando en su historia, hasta que nuevamente nos visite el bullicioso de la guadaña.

viernes, enero 01, 2010

Año nuevo en el mar


Valparaíso ha recibido un nuevo año. La noche se ha pintado de colores y reflejos dorados y de plata. La noche retumba con las bombas y petardos y las risas y gritos de alegría se entremezclan con los ladridos de los perros asustados.

En el puerto, el año nuevo se prepara con cierta antelación. Especialmente son las dueñas de casa las que se afanan en preparar una cena que deje felices a todos. En Chile, la mesa es el imán que atrae a amigos y enemigos, lugar en que las reconciliaciones pueden prosperar y las amistades se consolidan a fuego. Se ha ahorrado lo suficiente y más el aguinaldo, permite darse ciertos lujo en la mesa una vez en el año.

Chicos y grandes, burlando la normativa, se las ingenian para comprar cuetes y viejas, para ponerle sonido a la noche. Las luces del árbol de pascua se lucen a través de las ventanas. En la calle todo es jolgorio y amistad. Por lo menos una vez en el año, todos son amigos y las bromas son el pasaporte para una noche de paz y alegría.

La topografía porteña es un verdadero anfiteatro en el que el escenario es el mar. Por eso, todo el arsenal de fuegos de artificio se instala en balsas, ubicadas estratégicamente a lo largo del litoral. Primero, los abrazos y, luego, las sirenas de los barcos son el preámbulo del estampido de luces y sonidos que explosan entre risas y admiraciones.

Luego de veinte minutos, sólo quedan los aplausos y los mejores deseos para un año que ya se inicia.

Nuevamente se vuelve a la intimidad de la casa, a los suyos, al día a día. Un año se nos fue.

domingo, junio 21, 2009

Atardecer porteño



Los cerros de Valparaíso constituyen un verdadero anfiteatro para observar las maravillas de la naturaleza. Uno de los mensajes más bellos que Dios nos regala cada día, es el atardecer porteño. He vivido en Playa Ancha y en Esperanza y nunca me he perdido este hermoso espectáculo.
Recuerdo más de algún pololeo vivido en el paseo 21 de mayo o en la avenida altamirano, esperando este efímero momento en que el sol se retira al descanso y la noche anuncia su venida. Un momento mágico, lleno de sensaciones gratas. Instantes propicios para declarar el amor, dar un beso o, simplemente, observar ese concierto de tonos anaranjados, tomados de la mano o abrazados. Romántico ¿verdad?
Quisiera que, cuando Él me llame a su morada, pueda hacerlo en una embarcación, navegando hacia altamar, enfilando la proa hacia ese horizonte naranja. Será como adentrarse en la maravilla de esa otra dimensión, eterna y colorida.

viernes, mayo 01, 2009

Playa Ancha y el mar


He vuelto a Playa Ancha. Siempre he asociado a este cerro con el mar, tan propio de Valparaíso. Quizás sea porque es desde Playa Ancha que se ve Valparaíso mirando al Pacífico en todo su esplendor. Además, aun cuando no lo veas, te llama con su viento perfumado a sal. En efecto, el viento siempre está presente en Playa Ancha. Y ahora, en el preámbulo del invierno, suele ser muy helado.


Recuerdo que estando en el Liceo Alfredo Nazar Feres -como alumno- solíamos descolgarnos de nuestro cerro para acercarnos al Paseo Rubén Darío a desafiar la furia marina en días de temporal. Siempre nos vencía el mar y volvíamos a casa empapados.


También divisábamos, admirados, los barcos enfrentando al viento; pues adivinábamos a los marineros en cubierta, atando y desatando cabos. Muchos de ellos eran de Playa Ancha, los veíamos a diario en nuestras calles, algunos eran padres de compañeros de curso.


Otras veces, nos íbamos a Caleta El Membrillo y éramos testigos de sus regalos marinos que se movían dentro de los botes. Veíamos también sus huellas en los rostros de los pescadores.


Cuando la vida me ha llevado a otros países, siempre echo de menos este mar que, desde Playa Ancha, se nos muestra en toda su belleza y grandeza. Si vas a Punta Ángeles, podrás ver los "corderitos" que saltan sobre la azul superficie, impulsados por el grandioso viento.


Recuerdo que cuando vivía en la calle Waddington, en noches de invierno, se escuchaba el cascabeleo que hacían las piedras de la playa San Mateo al ser arrastradas por el mar. Pasé gran parte de mi juventud adormeciéndome con ese monótono sonido.


Es este mar el que da, a gran parte de los playanchinos, ese tono cobrizo de sus rostros. Amantes de ese aire pleno que llena sus pulmones, el playanchino es amante de la Playa Las Torpederas, del paseo por la Avenida Altamirano, del viaje en bote para pescar uno que otro pez. Por eso, no es raro que muchos terminen en la marina, para desposarse con el mar.


Playa Ancha y el mar, dos personajes de unión indisoluble. Poemas salinos que juegan día a día una danza de caracolas.